El suelo radiante está considerado uno de los sistemas de calefacción más confortables, aunque no se recomienda para todo tipo de viviendas. Consiste en una instalación de calefactores bajo el suelo (también puede ir por el techo o la pared) que permite que el calor se expanda de forma uniforme por toda la casa. El calor se propaga subiendo hacia arriba, de forma que se consigue tener más calor en los pies que en la cabeza, por eso el confort es bueno. Pero no quema nunca en los pies porque el agua se mueve por las tuberías a unos 45 grados, y con la capa de hormigón colocada encima sube a unos 30 grados, disipándose lentamente el calor.
Este sistema, aplicado cada vez en más urbanizaciones de nueva construcción, ofrece también la posibilidad de climatización en verano si se introduce agua fría en las tuberías bajo el suelo.
Una de las ventajas del suelo radiante se centra en que evita poner radiadores por la casa y se gana bastante espacio. Además cada habitación lleva su circuito, lo que posibilita no calentar toda la casa si no se desea. El suelo radiante puede funcionar con caldera o con placas solares. Si se opta por una caldera de condensación, se puede ahorrar hasta un 20% en la factura del gas. Dan mayor rendimiento cuando trabajan a baja temperatura, así que son las más ecológicas y al final ahorran gas», aseguran expertos y usuarios.
Pero este sistema también presenta algún inconveniente, ya que es bastante lento y necesita hasta tres o cuatro horas para lograr el calor deseado. Por eso sólo se recomienda para viviendas con muchas horas de encendido y de uso diario, y no se aconseja, por ejemplo, para casas de fin de semana. Asimismo, no conviene tapar mucho el suelo con alfombras muy gordas porque se pierde calor.
La instalación de suelo radiante obliga a hacer una gran obra en la casa, puesto que es necesario levantar todo el suelo para colocar los calefactores. De ahí que el gasto inicial sea elevado, a pesar de que los especialistas aseguren que a la larga permite ahorrar más. Instalar este sistema en una casa de 90 metros cuadrados puede costar entre 5.000 y 6.000 euros, a lo que hay que añadir todos los gastos de albañilería que conlleva colocar de nuevo el suelo.
De momento, son pocas las viviendas que lo utilizan pero se extenderá en el futuro.